miércoles, 21 de agosto de 2013

Una mota de polvo blanco

Me llamo Gustavo, mis amigos me llaman Gus, me creía fuerte, no, fuerte no, el más fuerte, pero no , no te engañes, ella siempre es más fuerte, está ahí, en una parte de tu cerebro y aunque intentes de mil maneras no escucharla, es  imposible, al final siempre puede contigo.
Mucha gente piensa que no lo intenté, pero no es así intenté poder con ella en las dos clínicas en las que estuve, pero esa voz que tengo dentro me decía que no era lo correcto, que esos médicos no buscaban mi bien.  En los momentos de lucidez yo sabía que eso no era cierto, pero ella volvía de nuevo y me hacía escaparme de esos lugares. Por todo esto hoy escribo esta carta, y espero que le sirva a alguien que está en la misma situación pero que esté a tiempo de cambiar, yo ya sé que yo no puedo escapar, por ello voy a hacer lo único que sé que puede acallar la voz de mi cerebro. Espero que la persona que está leyendo esta carta, sepa que está jodiendo su vida, y que después de las primeras dosis ya no hay vuelta a atrás.
Todo comenzó una tarde en la peña, estábamos todos sentados en los sofás desgastados, que habíamos cogido de la  basura, cuando llegó Isma con una gran sonrisa en la cara.
-Tíos, he conseguido la mercancía, casi me pilla la pasma, pero la tengo- dice mientras se ríe histéricamente.
-¿De qué hablas, idiota?- pregunté desconcertado.
-La heroína, tío, la heroína
-¡Qué diablos! Entonces me marcho que ya sabéis que no me gustan esas chorradas
-Tú lo que eres, es un cobarde-dijo mi amigo David- ¿A  qué no hay huevos de meterte una raya?
-¿Qué no hay huevos? Trae para acá esa mierda, que te voy a callar la boca.- con los labios apretados me introduje la aguja por la piel, y cuando la droga penetró en mi interior, sentí tal felicidad, que solté un suspiro de alivio, como si algo que echaba mucho de menos, me hubiera sido devuelto. No era como cuando fumaba un porro, era mucho mejor.
Al principio sólo eran pequeñas dosis, algo sin importancia, utilizaba mis ahorrillos y me comportaba de forma  normal, nadie notó nada. Pero esa voz empezó a penetrar en mi interior sin que yo me diera cuenta, perdía la concentración en el instituto, me encerraba en mi cuarto, gritaba a mis padres, sólo pensaba en la hora de salir de casa y meterme otra dosis. El único islote que me mantenía a flote en ese gran océano, era mi hermano; antes también estaba mi novia Maite, que confiaba en mí y que me intentó ayudar a salir pero cuando se dio cuenta que no tenía remedio, me abandonó. Esa fue una de las causas por las que también empecé a beber, ya que con la heroína no me eran suficiente para dejar la mente en blanco y no traerla  a la memoria.
Hubo un momento en el que me quedé sin dinero, tuve la suerte o la desgracia de que mi madre puso un anuncio en el periódico para encontrarme, ya que llevaba días sin aparecer por casa. Fingimos, Isma y yo, que me encontraría en una dirección a cambio de dinero, pero era una dirección falsa. Pero ese dinero se acabó, por lo que convencí a mi hermano para traerme más, hasta le hice robar las joyas de mi abuela. Cuando realmente me di cuenta de en lo que se estaba convirtiendo mi vida fue el día que mi hermano me dijo que no me iba a traer más dinero y lo golpee´, con toda mi rabia con toda mi frustración. Eso es algo que no perdonaré jamás.
 Días después intenté volver a entrar en mi casa para buscar más dinero, pero descubrí que habían cambiado la cerradura, que ya se habían hartado de intentar ayudarme. Esa misma noche mi amigo Isma murió de una sobredosis.
Por eso hoy he decido que me voy a tirar a la vía de tren, no hay otra forma de acallar la voz de mi cerebro, ya que prefiero morir yo,con mi propia voluntad, a que me maté ella.
Que te vaya mejor que a mí, querido desconocido, sé que aún puedes cambiar.
                                                                                Una mota de polvo blanco,
                                                                                 en este gran universo.

Dejé la carta sobre una mesa, cogí la mochila y marché hacia las vías del tren. Tenía planeado ayudar a alguien más antes de tirarme. Me coloqué en la pared del puente y con un spray escribí un mensaje, me temblaba el pulso pero no me importaba:
        “¿Estás seguro de qué quieres desperdiciar tu vida de esta manera?”
Cuando acabé, me subí al bordillo con dificultad, cerré los ojos y esperé. Cuando oí que se acercaba el tren, simplemente imaginé que era un pájaro, que era libre y me tiré. Simplemente todo se volvió negro.



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