Me llamo Gustavo, mis amigos me llaman Gus, me creía fuerte,
no, fuerte no, el más fuerte, pero no , no te engañes, ella siempre es más
fuerte, está ahí, en una parte de tu cerebro y aunque intentes de mil maneras
no escucharla, es imposible, al final
siempre puede contigo.
Mucha gente piensa que no lo intenté, pero no es así intenté
poder con ella en las dos clínicas en las que estuve, pero esa voz que tengo
dentro me decía que no era lo correcto, que esos médicos no buscaban mi
bien. En los momentos de lucidez yo
sabía que eso no era cierto, pero ella volvía de nuevo y me hacía escaparme de
esos lugares. Por todo esto hoy escribo esta carta, y espero que le sirva a
alguien que está en la misma situación pero que esté a tiempo de cambiar, yo ya
sé que yo no puedo escapar, por ello voy a hacer lo único que sé que puede
acallar la voz de mi cerebro. Espero que la persona que está leyendo esta
carta, sepa que está jodiendo su vida, y que después de las primeras dosis ya
no hay vuelta a atrás.
Todo comenzó una tarde en la peña, estábamos todos sentados
en los sofás desgastados, que habíamos cogido de la basura, cuando llegó Isma con una gran
sonrisa en la cara.
-Tíos, he conseguido la mercancía, casi me pilla la pasma,
pero la tengo- dice mientras se ríe histéricamente.
-¿De qué hablas, idiota?- pregunté desconcertado.
-La heroína, tío, la heroína
-¡Qué diablos! Entonces me marcho que ya sabéis que no me
gustan esas chorradas
-Tú lo que eres, es un cobarde-dijo mi amigo David- ¿A qué no hay huevos de meterte una raya?
-¿Qué no hay huevos? Trae para acá esa mierda, que te voy a
callar la boca.- con los labios apretados me introduje la aguja por la piel, y
cuando la droga penetró en mi interior, sentí tal felicidad, que solté un
suspiro de alivio, como si algo que echaba mucho de menos, me hubiera sido
devuelto. No era como cuando fumaba un porro, era mucho mejor.
Al principio sólo eran pequeñas dosis, algo sin importancia,
utilizaba mis ahorrillos y me comportaba de forma normal, nadie notó nada. Pero esa voz empezó
a penetrar en mi interior sin que yo me diera cuenta, perdía la concentración
en el instituto, me encerraba en mi cuarto, gritaba a mis padres, sólo pensaba
en la hora de salir de casa y meterme otra dosis. El único islote que me
mantenía a flote en ese gran océano, era mi hermano; antes también estaba mi
novia Maite, que confiaba en mí y que me intentó ayudar a salir pero cuando se
dio cuenta que no tenía remedio, me abandonó. Esa fue una de las causas por las
que también empecé a beber, ya que con la heroína no me eran suficiente para
dejar la mente en blanco y no traerla a
la memoria.
Hubo un momento en el que me quedé sin dinero, tuve la
suerte o la desgracia de que mi madre puso un anuncio en el periódico para
encontrarme, ya que llevaba días sin aparecer por casa. Fingimos, Isma y yo,
que me encontraría en una dirección a cambio de dinero, pero era una dirección
falsa. Pero ese dinero se acabó, por lo que convencí a mi hermano para traerme
más, hasta le hice robar las joyas de mi abuela. Cuando realmente me di cuenta
de en lo que se estaba convirtiendo mi vida fue el día que mi hermano me dijo
que no me iba a traer más dinero y lo golpee´, con toda mi rabia con toda mi
frustración. Eso es algo que no perdonaré jamás.
Días después intenté
volver a entrar en mi casa para buscar más dinero, pero descubrí que habían
cambiado la cerradura, que ya se habían hartado de intentar ayudarme. Esa misma
noche mi amigo Isma murió de una sobredosis.
Por eso hoy he decido que me voy a tirar a la vía de tren,
no hay otra forma de acallar la voz de mi cerebro, ya que prefiero morir yo,con
mi propia voluntad, a que me maté ella.
Que te vaya mejor que a mí, querido desconocido, sé que aún
puedes cambiar.
Una mota de polvo blanco,
en este gran
universo.
Dejé la carta sobre una mesa, cogí la mochila y marché hacia
las vías del tren. Tenía planeado ayudar a alguien más antes de tirarme. Me
coloqué en la pared del puente y con un spray escribí un mensaje, me temblaba
el pulso pero no me importaba:
“¿Estás seguro de qué quieres desperdiciar tu vida de esta manera?”
Cuando acabé, me subí al bordillo con dificultad, cerré los
ojos y esperé. Cuando oí que se acercaba el tren, simplemente imaginé que era
un pájaro, que era libre y me tiré. Simplemente todo se volvió negro.
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